22 Nov 2006

El hombre en el centro del mundo: el Antropocentrismo Moral

Por Fabiola

 Toda la problemática medioambiental que vivimos hoy en día es fruto de la acción del hombre en el mundo, y obviamente, de la idea de naturaleza que esté a la base de esta acción. El hombre, como único animal racional, debe pensar las acciones que está llevando a cabo, la crisis medio ambiental y energética a la que está sometiendo al planeta, y pensar también cómo deberá actuar en el futuro. Si bien es cierto que el ecosistema es una entidad cambiante y variable, no podemos desconocer que la acción del hombre en el mundo ha acelerado los procesos de destrucción y contaminación de aguas, sólidos, aire, la distribución biológica de las especies, etc. Es un hecho que la especie humana presenta problemas internos y externos de interdependencia. Por una parte, la gran problemática humana de este siglo: la pobreza y la desigualdad en la distribución de ingresos, la opulencia de una mínima cantidad de la población global coexistiendo con millones de personas arrasadas por el hambre y las enfermedades es un grave hecho del que todos somos responsables. Asimismo, la co-existencia equilibrada entre especie humana y otras especies (animales y vegetales) es casi una utopía.

A la ética medio ambiental le preocupan estas cuestiones y trata de establecer una pregunta general por la justicia y el valor de las acciones humanas, haciendo un llamado a la responsabilidad por el futuro de la especie y de la biosfera en general. En el análisis de estos problemas, diversas voces han expuesto sus razones: el antropocentrismo, el biocentrismo y el holismo ecológico (que es la ecología profunda) responden a la pregunta por el valor y la justicia de las acciones humanas, perfilando diferentes respuestas y proyectando de diversa manera la acción del hombre consigo mismo, con la naturaleza y con el medio ambiente. En este artículo revisaremos el planteamiento que al respecto hace la vertiente antropocéntrica.

 En ella, la única entidad moralmente válida es el hombre. Acá encontramos dos vertientes, una dura y otra más blanda. Para la primera, lo único que importa es el hombre: los animales y la naturaleza están a su servicio, son medios para sus fines y no importan sus intereses, porque no los tienen. Acá podriamos situar el especismo más recalcitrante, ese que no condena el uso de animales para ningún fin humano: la industria peletera, las entretenciones crueles, la extinción de especies y la producción agroindustrial de carne están bien porque producen bienes que el hombre necesita para vivir. Asi, cualquier objetivo y método humano estará por sobre el resto de la naturaleza, porque ésta carecería de intereses y no es más que un stock de insumos para las actividades humanas.

Por otro lado, existe un antropocentrismo débil, que reconoce valor a ciertas entidades no humanas, pero sólo en la medida en que compartan ciertas características con los humanos. Acá se reconoce que el hombre es capaz de transformar la naturaleza, y que también la naturaleza tiene el poder de modificar la existencia humana. De este modo, argumentar la defensa de la naturaleza en función de otros valores centrados en el ser humano es razonable, donde animales no humanos y naturaleza tienen un valor utilitario económico, terapéutico, científico, recreativo o cultural.

En la valoración económica, la naturaleza es un "recurso natural" contable y cuantificable, con un valor traducible en un precio. Su preservación es una motivación económica. Cercano a éste situamos el valor científico-terapéutico de las especies naturales, ya que la gran mayoría de los químicos y fármacos que utilizamos provienen del reino animal y vegetal. De este modo, hay infinidad de plantas y animales que no han sido investigados y que potencialmente serían portadores de propiedades terapéuticas; por lo que arriesgarnos a su pérdida sería actuar imprudentemente. Por su parte, el valor recreativo-cultural de la naturaleza la constituiría como fuente de bienestar, goce y sustento de valores sociales, culturales y morales (por ej: el disfrute de la vida al aire libre, actividades como el trekking, la caza, la pesca, el goce de un paisaje bucólico y natural, el valor simbólico de algunos animales y/o paisajes; serían actividades cuyo usufructo es innegablemente humano).

En resumen: la ética antropocéntrica no estimará la protección a la naturaleza como una necesidad, a no ser que los intereses de los seres humanos se vean comprometidos. Es lo que en ética medioambiental se llama argumento prudencial, para el que la naturaleza tiene valor ecológico y nos permite sobrevivir. La naturaleza tiene un valor originario que da lugar a algo de más valor: la existencia humana y de otros seres vivientes. La riqueza de la biodiversidad y de la biosfera a todo nivel (animal, vegetal, mineral, los paisajes, etc.) deben protegerse porque son útiles para el hombre. Aquí, el "derecho a vivir en un medio ambiente sano" (reconocido como derecho de tercera generación) es un indicador de la importancia del argumento prudencial en la actualidad, ya que así se transforma en un derecho exigible a los responsables por cualquier persona que sienta ese derecho amenazado o vulnerado. Otra operacionalización de este argumento prudencial la constituiría el llamado principio de precaución.

Como podemos ver, la valoración antropocéntrica es la moneda en curso de nuestra relación con la naturaleza, actualmente. Pero, como veremos luego con el biocentrismo y la ecología profunda, existen nuevas formas de imaginar el mundo y nuestra relación con otras especies, que no menoscaban nuestra humanidad y son moralmente más comprehensivas, generosas y sustentables.

Fuente: Ecosofia.org. Fuente imágenes: AnimaNaturalis.