6
Abr
2006
"El Principito": 60 años de amor al hombre y la naturaleza
Por FabiolaEste año 2006, el Príncipe más famoso de la literatura cumple 60 años: en abril de 1943, el escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry lanzó su más famoso libro: El Principito. Desde entonces millones de personas en todas las lenguas del mundo se han emocionado con esta historia escrita a la medida del niño que todos llevamos dentro.
Este libro tan sencillo y profundamente humano, nos trae al presente muchas cosas que siendo adultos, pareciera que olvidáramos rescatar de nuestro mundo infantil. Nos muestra, por ejemplo, la estupidez y vacuidad del mundo adulto. Cuando el Principito visita los planetas del Rey, del Geógrafo, del Hombre de negocios, del Borracho y del Vanidoso; son todos ellos hombres llenos de conocimiento y de las ocupaciones que la sociedad y su modelo de vida les imponen, pero que finalmente no son más que pobres personas llenas de infelicidad, que buscan llenar su vacío ocupándose afanosamente de asuntos que los vacían aún más.
También nos enseña el valor de la amistad: con su rosa, que a pesar de ser vanidosa y coqueta, existe finalmente sólo para él. O con el aviador, a quien saca de los asuntos serios de los adultos -como reparar el motor de su avión- para volcarse en su mundo de niño; o su amistad con el zorro, con el que gradualmente crea lazos y es quien finalmente le enseña a hacerse responsable por esos a quienes él más valora: su planeta, que debe cuidar y desmalezar a diario para evitar su destrucción por los baobabs; o la rosa, a la que deberá cuidar de su nuevo amigo el cordero, poniéndole un bozal a éste, porque ella
"es tan débil y tan inocente! Y sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo..."Releer la historia es siempre delicioso. Personalmente me hace redescubrir ¡tantos nuevos matices!, como esa veta ecológica que nos responsabiliza no sólo por lo que hemos domesticado sino también por este planeta que hemos heredado. Cuidar de que los baobabs no invadan el planeta es para el Principito una labor fastidiosa, aunque fácil. Y debe hacerlo a diario si no quiere provocar el colapso de su pequeño mundo. En el otro extremo, está el hombre de negocios que coleccionaba estrellas por el sólo motivo de tenerlas acumuladas y de este modo sentirse rico, incapaz de estimarlas en su belleza o valorarlas más allá de lo meramente económico. Saint-Exupéry nos habla de la generosidad con los bienes que poseemos, la capacidad de mirar valorativamente todo lo que nos rodea y de situarnos en un mundo complejo, que no está determinado unívocamente. Al Principito le fascinaba esa manera de estar los personajes tan sólos en sus pequeños planetas. Y la situación no cambia cuando visita la Tierra: el guardavías, idiotizado por el ir y venir diario de los trenes, repletos de gente en que únicamente los niños saben lo que buscan; o el comerciante que vende píldoras para no beber agua y asi ahorrar tiempo; o las rosas del jardín, que son tantas y tan diferentes, pero que no han creado lazos con nadie, de modo que no logran asemejarse a SU rosa, que es única porque vive en relación con él y comparten el mismo planeta. La soledad del hombre está en su incapacidad para ver con los ojos del corazón, como le dijo el zorro. Y hasta el Principito, que al inicio del libro se sentía solo, al abrir los ojos a esta nueva realidad, se encuentra de pronto rodeado de amigos: la rosa, el zorro, el aviador -cuyo pacto selló el agua del pozo-, su cordero... El libro es tan complejo y tan sencillo de leer, que es imposible no echar una lágrima en recuerdo de ese pequeño niño, que viajó de vuelta a su pequeño planeta, con un cordero y un bozal, dormido por la mordedura de una serpiente. Y, al igual que el aviador, evocar la risa del Principito, porque:
"Me gusta por la noche escuchar a las estrellas, que suenan como quinientos millones de cascabeles..."