El Holismo Ecológico y la Ecología Profunda
Por FabiolaPara el “naturalismo ecológico”, la consideración moral se extiende a las totalidades naturales, porque ellas son tanto o más reales que la simple suma de individuos u organismos vivos que la componen. En ella, la tensión entre la parte y el todo es resuelta dando la relevancia moral a las especies y ecosistemas, como sistemas de relaciones y comunicaciones entre organismos individuales.
Así, según el conservacionista Aldo Leopold, somos con la naturaleza una comunidad de partes interdependientes, donde al individuo:
“sus instintos lo impelen a competir por su lugar en esa comunidad, pero su ética lo impele a cooperar... esta ética, sencillamente, extiende las fronteras de la comunidad para incluir los suelos, las aguas, las plantas y los animales; dicho de un modo colectivo, la tierra.”
En esta figura de interdependencia y cooperación mutua, la Tierra se transfigura en una especie de gran ser vivo, en que cada totalidad del reino vegetal, animal, mineral, se comporta a manera de órganos que tienden a buscar el equilibrio, la estabilidad y la interacción de todas sus partes para conseguir su mantenimiento en el tiempo. En esta interdependencia natural el hombre deberá ser una parte más del gran cuerpo que es la Tierra, un “ciudadano de la comunidad biótica” que coopera solidariamente para mantener su sistema. Acá, serían moralmente relevantes para el hombre:
las especies: como unidades de evolución altamente especializadas y capaces de sobrevivir y mantener un alto nivel de entropía. Tendrían, en virtud de ello, el estatus de un individuo con su propia integridad y su derecho a la vida.
los ecosistemas: serían el sistema donde las existencias individuales y particulares de los organismos –bióticos y abióticos— tendrían sentido de conjunto, en cuanto interacción recíproca. En la existencia e interacción individual de los ecosistemas, existiría una finalidad colectiva que –al igual que el de un organismo— tiende a la consecución de su desarrollo, de su reproducibilidad en el tiempo, lo que constituye un bien deseable. Pero esta idea es rebatida por muchos ecólogos, para quienes la estabilidad no tiene porqué ser un fin del ecosistema. Ésta es más bien un resultado azaroso y fortuito que no se relaciona con la interdependencia de sus partes, donde el equilibrio y estabilidad de un ecosistema no es una relidad sine qua non, mas bien, a la luz de los conocimientos ecológicos actuales es todo lo contrario: como los ecosistemas no tienden a un equilibrio, ni tienen intereses, no pueden ser perjudicados o beneficiados por las actuaciones humanas. Tampoco tendrían fines en sí mismos, por lo que no calificarían como objetos de consideración moral.
el ecosistema global: es el que se orienta ecológica y evolutivamente, dotando de valor moral a las entidades naturales colectivas (especies, ecosistemas y biosfera), las que se organizarían y orientarían de manera ecológica y evolutiva a través del tiempo. Acá es un bien (moralmente deseable) todo lo que conduzca a un beneficio de la globalidad, y un mal (moralmente inaceptable) todo aquello que no permita, o perjudique el beneficio global.
Con todo, en esta relevancia moral del ecosistema global, podemos diferenciar tres modelos de consideración moral de la globalidad:
- el modelo orgánico: para él, las partes se relacionan necesariamente con el todo, como los órganos constituyen el cuerpo. Acá es célebre la Teoría Gaia de James Lovelock, para quien la Tierra es un ser vivo, creador de su propio hábitat y de las condiciones que rigen a sus especies (u “órganos internos”). Para esta teoría, el hombre es uno de los órganos más potentes y letales para la Tierra. Y ante la diversidad de problemas ecológicos que afectan a la Tierra y al hombre, establece “la necesidad de una fisiología planetaria que prevenga y trate de sanar ciertas enfermedades terrestres, como la fiebre de dióxido de carbono, la acidez (lluvia ácida), un mal dermatológico u ozonemia, y la hipocondría ante un accidente nuclear.”
- el modelo comunitario: donde las partes se relacionan con el todo como los ciudadanos con su comunidad. Cada parte desde su individualidad, se relaciona comunicativamente con el colectivo, de modo que se forma una cadena ecosistémica formada en su base por las sustancias abióticas (el suelo), sobre el que descansan plantas, roedores, pájaros y animales pequeños, hervíboros y los grandes carnívoros. Esta comunidad biótica completa es, para Leopold, la comunidad moralmente válida. Aquí el hombre también es un ciudadano biótico que debe cooperar con la naturaleza, de la cual forma parte y sin la cual no puede sostenerse con vida.
- el modelo energético funcional: considera los ecosistemas como circuitos de energía, donde los organismos transfieren energía de un eslabón a otro de la cadena o pirámide biótica (minerales a vegetales, vegetales a animales, animales a minerales, etc.). Acá, más que los organismos individuales, interesan moralmente las relaciones energéticas que se establecen entre cada uno de los organismos, y las relaciones e intercambios energéticos que se dan en la globalidad. De esta manera, serán las relaciones entre individuos –o entre organismos/ecosistemas— las moralmente relevantes por cuanto involucran a miembros de la comunidad que comparten un interés central: la mantención de su vida y de sus relaciones cooperativas con el resto de los organismos de la comunidad.
Sin embargo, para muchos autores holistas, esta universalidad relacional hace imposible desconectar individuo de totalidad, por lo que carece de contenido práctico al momento de resolver una tensión entre individuo/comunidad; especialmente cuando uno de los afectados es el ser humano. Una característica especial de la especie humana es que tiene una visión global del sistema completo –no sólo de su nicho o especie en particular—, lo que hace del hombre un protagonista valóricamente activo (y éticamente responsable) del resto de la comunidad viva.
En corcondancia con estos planteamientos, tenemos finalmente una de las más polémicas visiones holísticas de la relación hombre-naturaleza: la Ecología Profunda o Deep Ecology Movement, propuesta por el filósofo noruego Arne Näess (1912-). Esta propuesta se perfila como totalmente revolucionaria en tanto:
“apunta a una metafísica, a una epistemología, a una cosmología nuevas así como a una nueva ética medio ambiental de la relación persona/planeta.”
Arne Naess caracteriza una nueva ecología que cuenta, entre otros principios básicos:
- Todas las formas de vida sobre la tierra (humanas y no humanas) tienen valor intrínseco.
- La riqueza y diversidad de formas de vida contribuyen a la realización de estos valores, y son ellas mismas, valores.
- El ser humano no tiene derecho a disminuir esta riqueza y diversidad, salvo para satisfacer las “necesidades vitales”.
Esta filosofía profunda cuestiona las raíces del comportamiento ético antropocéntrico. De acuerdo al primer principio, cada ser vivo tiene derecho a la vida. Particularmente el ser humano tiene derecho a satisfacer sus necesidades vitales, pero no a dominar, explotar o esquilmar otras especies y ecosistemas, precisamente por el valor intrínseco de éstas. El hombre debe identificarse con las entidades del mundo (las colectividades como especies animales, vegetales, ecosistemas y paisajes). El desarrollo del ego involucra necesariamente una posibilidad nueva del ser del hombre, para concebir la naturaleza como portadora de valor intrínseco, y respetar una cosmología donde hombre-naturaleza sean uno solo.
Dentro de esta óptica, cualquier otra manera de visualizar la relación hombre-medio ambiente (fuera de la plena identificación mutua como valores intrínsecos) es lisa y llanamente “reformismo tibio”, en tanto disfraza unos motivos u otros para salvaguardar egoístamente los intereses humanos. De este modo, el antropocentrismo débil o incluso, el biocentrismo moderado; serían las ecologías superficiales enfrentadas a la ecología profunda que indaga los motivos filosóficos que mueven la acción humana para modificar esta praxis.
La ecología profunda niega la existencia de alternativas intermedias, asumiendo una metafísica que niega la voluntad y la racionalidad humanas como fuentes de la ética. A mi juicio, negar esta particularidad humana, y sacrificarla en aras de la globalidad holística es negar, de paso, la conquista que la defensa de la individualidad ha logrado en el campo político práctico de la autonomía personal como base de la democracia occidental.
Fuente: Ecosofia.org. Fuente imágenes: Wikimedia Commons.