4 Dic 2006

La vida en el centro del mundo: el Biocentrismo Moral

Por Fabiola

 Siguiendo con el resumen de tendencias en ética medio ambiental, el biocentrismo pretende considerar moralmente relevantes no sólo a los humanos, sino a toda la naturaleza, la que compartiría con el ser humano la especial característica de “estar viva”. De ahí que el biocentrismo sea una ética centrada en la vida de todo organismo individual, donde cada quien tiende a su realización, a su desarrollo y florecimiento. Con este planteamiento, el biocentrismo saca del centro de la escena al hombre, para ponerlo en relación y en contacto directo con el resto de las entidades de la naturaleza y, con Albert Schweitzer, declara:

“yo soy vida que quiere vivir, y existo en medio de vida que quiere vivir.”

Dentro del biocentrismo podemos visualizar una versión extrema de una débil. La versión extrema o “dura” dice relación con no utilizar nunca, bajo ningún punto de vista ni bajo ninguna valoración superpuesta, a otros seres, en virtud de su realización teleológica y el florecimiento de su vida. En este tipo de biocentrismo, la vida de los seres se sustantiviza para crear entidades con valores ajenos e independientes a las valoraciones humanas, lo que nos priva de herramientas metodológicas para resolver los problemas morales cotidianos de valoración frente a dos seres vivos diferentes: ¿me alimento de un animal vivo o prefiero comer una lechuga? ¿me dejo devorar por las bacterias que me atacan, en virtud del respeto a su fin y desarrollo?

Queriendo responder estas preguntas desde lo teórico del biocentrismo, Jorge Riechmann argumenta que todos los seres vivos son dignos de consideración moral en virtud de sus capacidades esenciales y sus necesidades básicas, que son las mismas para todo organismo: prolongar la propia existencia en el tiempo, de la mejor manera posible. Para él:

“Tratar moralmente a un ser vivo concreto consiste en: por lo menos no dañarlo, ni menoscabar sus posibilidades de vivir bien (alcanzar su bien propio, vivir de acuerdo con su télos) y en la medida de lo posible, ayudarle a vivir bien.”

Acá sitúa Riechmann el momento material y concreto de la ética, a su juicio el más interesante e infinitamente más difícil, porque lleva a dotar de contenido a una estructura formal cuya premisa es: respetar a todo ser vivo que puede resultar perjudicado por las actuaciones humanas.

De ahí que establece que la instrumentalización de los animales para nuestro beneficio es éticamente más problemático que el mismo uso de las plantas, porque los primeros poseen capacidades más elevadas. Pero asimismo, el establecimiento del momento material nos pide establecer precisiones: ¿hasta dónde respetaremos la vida de otros seres vivos? En situaciones de sobrevivencia (casi utópicas hoy en día), la complejidad humana sería más digna de permanecer que la de un organismo menos complejo, pero en situaciones que no son de sobrevivencia ¿cómo establecer el punto donde la instrumentalización es inmoral? Para el autor, la respuesta está en el télos (finalidad) del organismo en cuestión, en el florecimiento de sus capacidades esenciales:

“no es injusto utilizar a otros animales no humanos como medio para nuestros fines cuando con ello no contrariamos ni hacemos violencia a su télos específico... Si por el contrario, contrariamos el télos del animal y frustramos sus posibilidades de llevar la vida buena característica de su especie, entonces estamos obrando mal.”

Esta postura se denomina biocentrismo moderado porque considera a todos los seres vivos como dignos de consideración moral, aunque pueda jerarquizarse sin caer en el especismo a través del respeto por el télos de cada organismo. Frente al biocentrismo extremo, el biocentrismo moderado es capaz de operacionalizar la ética y de establecer una manera de resolver las problemáticas derivadas de la ponderación en la importancia de la vida de dos seres diferentes; problemáticas a las que lógicamente nos enfrentamos más de alguna vez en lo cotidiano.

Con esta importancia de lo vivo como rasero de lo éticamente considerable, Riechmann nos habla del antropocentrismo epistémico como fuente indispensable de nuestra experiencia ética, porque

“en cuanto especie biológica dotada de ciertos mecanismos sensoriales y cierta estructura neuronal, los seres humanos percibimos y concebimos el mundo desde una manera única, antropocentrada, precisamente porque nosotros somos nosotros.”

Sería imposible pensar desde un lugar diferente del anthropos, porque precisamente somos hombres. El antropocentrismo es una condición ontológica del pensamiento que nos resulta ineludible porque existimos en tal condición. Pero dicho antropocentrismo es egocéntrico y moralmente insostenible cuando es incapaz de dotar a la ética de dos elementos indispensables: la imaginación y la compasión. Ambas son, para Riechmann, claves para determinar un biocentrismo moderado que no excluya a los seres humanos, pero que sea capaz de abrirse generosamente a la consideración moral de otras especies vivas, de manera de poder vivir sin atormentar a los animales ni al medio ambiente.

Pero si bien es cierto que los humanos no podemos pasar por la vida sin aniquilar a otros seres vivos, hay múltiples vías para minimizar el daño y la devastación que hoy causamos. El hombre es portador de una especial responsabilidad moral en virtud de su capacidad técnico científica para –potencialmente— destruir la vida en la Tierra. Eso hace que el biocentrismo moral sea una adecuada respuesta a la crisis ecológica, que combina el antropocentrismo epistémico con un biocentrismo que respeta la vida, pero jerarquizando en virtud de la coherencia práctica de sus postulados.

Fuente: Ecosofia.org. Fuente imagen: Animals.net.